Nota editorial: Este articulo se publicó por primera vez el 28 de agosto de 2017. Read in English.

La noticia corrió como pólvora a lo largo de las redes: Leopoldo López, el líder de la oposición venezolana preso en la cárcel militar de Ramo Verde ha muerto. Lo dijo Leopoldo Castillo, un conocido periodista de Canal de Noticias Globovisión que se encuentra exiliado en Miami, por Twitter.

En Venezuela y fuera, la gente empieza a retuitear la noticia sin esperar confirmación. Hasta el senador norteamericano Marco Rubio lo “confirma”: el cuerpo casi sin vida de López había sido trasladado al hospital militar.

Se lanzan epítetos diversos en contra del gobierno de Nicolás Maduro, al que se acusa de asesinato . Algunos dicen que la cuenta de Castillo fue hackeada por agentes gubernamentales justamente para esto, para generar zozobra, cosa que Castillo desmiente con lo cual se genera una confusión aún mayor .

Se solicita una “fe de vida”. El gobierno se apresura a través del programa de televisión del poderoso ex-diputado Diosdado Cabello a mostrar un video en el cual López asegura estar vivo y en buenas condiciones, mientras la familia de López se dirige al hospital militar y exigen verlo.

Castillo confirma la información de la muerte. Se dice que el video es un montaje, o que la voz de quien habla no es la de López, la mismísima Lilian Tintori tiene dudas sobre la veracidad del video.

Algunos expertos expresan que la cara de López se manipuló digitalmente para colocarla encima del cuerpo de otra persona y así fue presentado en un intento por despistar al país.

El clima de desconfianza y desconcierto solo se disipa pocos días después cuando Lilian Tintori, esposa de López, confirma luego que su marido se encuentra “vivo y bien”.

Fake news

Este es solo un ejemplo de la distorsionada realidad mediática que va sacudiendo a Venezuela, país que verdaderamente no necesita más sobresaltos.

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Unos pocos días antes de la debacle con López, la exdiputada y líder del partido Vente, María Corina Machado, le presenta al país una fotografía de una orden de detención en su contra, presuntamente emanada del Ministerio Público. Empiezan las manifestaciones de solidaridad, la gente se moviliza a su favor. La información resulta falsa.

Al mismo tiempo, fuentes cercanas al gobierno muestra una foto de jóvenes encapuchados armados con revólveres y fusiles. Horas más tarde “rueda” por las redes una versión de la misma foto en la cual los hombres no se encuentran armados.

En días pasados corrió el rumor de que se habían encendido los reflectores del Palacio Presidencial porque se esperaba un bombardeo, en realidad se trataban de los reflectores del Festival de Teatro de Caracas.

Todo esto forma parte del día a día de los venezolanos. Nuestra realidad se encuentra mediada por el manejo de información no confirmada, a veces tendenciosa, que genera zozobra y colapsa nuestra capacidad de procesamiento. Las “fake news” (así se dice en Estados Unidos, país con una industria robusta de “hechos alternativos”) distorsionan nuestra percepción de lo cotidiano y generan expectativas (o decepción) en razón de las fuentes a las cuales se tiene acceso o la capacidad del usuario para discriminar lo ficticio de lo real.

Por una parte, los medios de comunicación tradicionales están sometidos a importantes presiones gubernamentales que los han colocada frente a formas de censura muy rudas. Los periódicos han perdido concesiones, se ven presionados a despedir a periodistas que mantienen posturas críticas al gobierno, hasta se han puesto limitaciones a la compra de papel para la prensa escrita.

En los últimos dos años han cerrado al menos 13 medios por presión gubernamental. Al menos 25, inclusive El Universal, un diario critico del chavismo, han sido vendidos a sectores cercanos al gobierno, lo que ha implicado una reducción fuerte de la autonomía editorial. Todo esto ha contribuido a una autocensura de la prensa que reduce la capacidad del usuario de obtener información confiable.

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Así que nos presenta un país ficticio en el cual no parece existir conflictividad social, o por lo menos no en los niveles que uno aprecia al salir a la calle.

Claro que esta dinámica se complica más gracias a las redes sociales, con sus fuentes poco confiables, contradicciones permanentes, pistas falsas y discursos tergiversados de acuerdo a intereses particulares.

Se trata de una plena guerra de información.

Guerra de baja intensidad

No queda claro cómo los cronistas del futuro calificarán los tiempos que vivimos. ¿Será que Venezuela ya confronta una guerra real de baja intensidad? Es que aquí, encima del bombardeo de noticias falsas, hay muchísima violencia.

Según la Fiscalía, el año pasado los venezolanos sufrimos mas de 20.000 homicidios. Como consecuencia de enfrentamientos entre población civil y la policía, más de 30 personas murieron en tan solo los últimos dos meses.

Como toda guerra, la nuestra incluye violencia física y psicológica. Los venezolanos nos movemos entre la necesidad y la incertidumbre. Tenemos dificultades para comprar pan e insumos básicos como pañales, leche o medicamentos; al mismo tiempo, la confusión no deja mucho espacio para la normalidad, para enviar a los niños al colegio, ir al cine, enamorarse o planificar el futuro.

Al ritmo de marchas, protestas, represión y bombardeos comunicacionales nos hemos convertido en una sociedad dividida y profundamente alienada que vive en un presente permanente. Es agotador, y lo cotidiano solo se hace posible mediante un esfuerzo extraordinario.

La dinámica perversa de información y contra-información hace difícil distinguir lo real de lo aparente y la verdad de la mentira. Disminuye la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones. Se anuncian marchas y contramarchas que resultan no pasar, se convoca a diversas actividades o se cancelan y se habla de muertos y heridos sin que la información sea cierta (por exceso o por defecto).

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Esta construcción sistemática de la ‘postverdad’ representa una revisión del momento histórico que responde más a lecturas interesadas y a intereses particulares que a hechos fácticos. Muchas de nuestras “noticias” son simplemente elaboraciones ideológicas.

Se ha llegado al extremo de informar acerca de la salida del país de la familia presidencial, de la renuncia de funcionarios o de movimientos militares, situaciones que millones de venezolanos quisieran creer. Pero son rumores, sin más.

Las noticias falsas provienen de diversas fuentes, muchas de ellas no identificadas, pero que responden a intereses diversos dentro del conflicto actual. Quienes hablan de manera ligera de terrorismo, de atentados en contra de funcionarios es por que esperan auspiciar un golpe militar para poner fin a este caos. Quienes hablan de torturas y de secuestros pretenden levantar miedo en la población, fomentando odios sin pensar en las consecuencias.

A partir de estas ‘realidades alternativas’ se elaboran los contenidos de un discurso confrontador que auspicia el odio, la exclusión y el enfrentamiento.

Es así que entre el dolor por los fallecidos, la confrontación callejera, la escasez, la corrupción, las escaramuzas constantes, quizás lo más complejo del conflicto permanente de Venezuela sea esta guerra de información. Pues hace más difícil que se construya una solución negociada y pacífica a la crisis. Y esa es una muy mala noticia.

The Conversation

Miguel Angel Latouche does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organization that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.


Source: US-Politics